Vivimos bajo vigilancia. Pero no es la vigilancia de cámaras en las esquinas ni de agentes infiltrados. Es más sutil, más eficiente. No hay órdenes explícitas ni prohibiciones abiertas. Solo un sistema que premia y castiga en silencio, reconfigurando nuestra conducta sin que lo notemos: las redes sociales.
Las redes sociales no son solo un espacio de interacción: son dispositivos de control en el sentido foucaultiano. No necesitan barrotes ni censores. Su poder reside en algo mucho más efectivo: la lógica del deseo y la visibilidad.

El dispositivo digital: no necesitas cadenas cuando tienes «me gusta»
Foucault describió los dispositivos como ensamblajes de discursos, instituciones y prácticas que regulan la vida de los individuos. En el caso de las redes sociales, el dispositivo se activa a través de tres condiciones clave:
- Un problema que resolver: La necesidad de conexión y validación.
- Una tecnología que lo haga posible: Algoritmos diseñados para capturar nuestra atención.
- Un sistema de reglas invisibles: Premios y castigos disfrazados de interacciones.
El premio es claro: el «me gusta», el comentario, la viralidad. Cada interacción refuerza el comportamiento que la provocó. La dopamina hace el resto.
El castigo es igual de poderoso, aunque menos evidente: la invisibilización. No es que te censuren explícitamente, pero si tu contenido no encaja con las dinámicas de la plataforma, se hunde en el olvido. O peor: si dices lo «incorrecto», el escarnio público hace su trabajo. Aprendes rápido qué decir y qué callar.
Cuando la disciplina se vuelve deseo
No hace falta que nadie nos imponga un código de conducta. Lo interiorizamos. Medimos cada palabra, cada imagen. Aprendemos qué genera interacción y qué nos lleva al silencio. Nos adaptamos, sin necesidad de que nadie nos lo exija.
Un estudio de 2021 mostró que revisamos nuestro teléfono en promedio 58 veces al día. No porque lo necesitemos, sino porque el dispositivo ha construido un reflejo condicionado. No usamos la red: la red nos usa a nosotros.

El verdadero peligro
El problema no es la vigilancia. Es que la normalizamos. A diferencia de las antiguas formas de control, que eran impuestas desde fuera, este dispositivo nos hace desear ser parte de él. No necesitamos que alguien nos vigile si nosotros mismos nos aseguramos de encajar.
La pregunta no es si las redes sociales nos controlan. Es hasta qué punto lo hemos aceptado con entusiasmo.
Un detalle inquietante
Los algoritmos de plataformas como TikTok pueden predecir nuestro estado emocional con una precisión alarmante en menos de dos horas de uso. Saben cuándo estamos ansiosos, cuándo somos más impulsivos, cuándo estamos más propensos a consumir cierto tipo de contenido. Y actúan en consecuencia.
Conclusión: el panóptico sin muros
El poder de las redes sociales no radica en la censura directa, sino en la forma en que modelan nuestras acciones sin que lo notemos. No se necesita prohibir nada cuando el propio sistema nos lleva a elegir solo lo permitido.
¿Eres usuario o eres el usado?
Si lo que compartimos, decimos y pensamos está condicionado por lo que premia y castiga el algoritmo, ¿nuestras elecciones son realmente nuestras?