Dicen que vivimos en tiempos de sobrecarga de información, de multitasking extremo, de una mente dividida entre mil estímulos. Quizás por eso acumulamos olvidos cotidianos: nombres, fechas, citas importantes o lo que alguien nos contó hace apenas unos minutos. Al menos, esa es la excusa perfecta. Pero, ¿qué pasaría si miramos un poco más de cerca estos olvidos cotidianos y les damos el significado que se merecen?
Sigmund Freud ya lo sospechaba hace más de un siglo. En La psicopatología de la vida cotidiana (1901), explicó que los olvidos cotidianos no son accidentes inofensivos, sino manifestaciones del inconsciente. Según él, cuando olvidamos un nombre, una fecha o un dato importante, en realidad estamos expresando un conflicto interno o una falta de interés que no queremos admitir. Es decir, nuestro despiste no es tan inocente como parece.

Piénsalo: ¿realmente olvidamos lo que nos interesa? Rara vez confundimos la clave de Netflix, el chisme jugoso que nos contaron hace un mes o el tracklist de un álbum que amamos. Pero la lista de tareas del trabajo, el aniversario de un primo lejano o el dato importante que alguien nos confió entre suspiros… eso sí parece esfumarse con facilidad.
Entonces, ¿somos despistados o simplemente selectivos? Porque mientras la cabeza nos juega «malas pasadas», el inconsciente está haciendo un excelente trabajo en clasificar lo que vale la pena recordar y lo que, seamos sinceros, podemos darnos el lujo de olvidar.
Así que la próxima vez que dejes las llaves en la heladera o llames «Martín» a tu amigo Matías, no te preocupes: no es que seas una persona distraída, es que tu cerebro, con gran sabiduría, ha decidido que ciertos olvidos cotidianos son simplemente una cuestión de prioridades.