La relación de la exclusividad y el dinero.
Es notable la relación que existe entre la riqueza y lo exclusivo. Esto ha sido así desde siempre; una rápida revisión histórica nos muestra de inmediato la división entre patricios y plebeyos, señores feudales y campesinos, industrialistas y trabajadores.
No hace falta dar muchos ejemplos para sostener que, a medida que se acumula más riqueza, se accede a formas más exclusivas: zonas VIP en aeropuertos, primera clase en vuelos, restaurantes con reservación, etc. Tener dinero lleva a autoexcluirse. Pero, ¿por qué?
¿Por qué parece una ley natural buscar espacios de exclusión, como zonas VIP, viajes a destinos exóticos con pocos visitantes o lugares donde se reúne la élite? Me pregunto: ¿cuál es la verdadera implicancia de ganar más y, al mismo tiempo, buscar excluirse más?
¿Será que, al aumentar nuestros ingresos, nuestros oídos se vuelven selectivamente más sensibles a lo ordinario y masivo?
¿Que el dinero, con su fría lógica, nos libera del estado de lo común y nos sumerge en una burbuja donde lo exclusivo es la única melodía que queremos escuchar?
La realidad parece contestar que sí.

El dilema del lujo y la comunidad
Sin embargo, si se observa desde la perspectiva de quien trabaja jornadas interminables, el dinero encierra tanto como libera. Cuanto más se posee, más se experimenta el encierro. Por ejemplo, un espacio de 200 m² puede ofrecer libertad, pero el área VIP, de apenas 70 m², resulta en una suerte de confinamiento; se paga más por estar encerrado en un área reducida.
Esta misma dinámica se refleja en la oferta de destinos turísticos: hay más playas y restaurantes no exclusivos, lo que otorga mayor libertad a la hora de elegir. Las amistades también se ven afectadas, ya que una relación basada en el estatus puede desvanecerse rápidamente, sobre todo si una crisis financiera altera el nivel de riqueza necesario para mantenerla.

Negar que el dinero proporciona facilidades, comodidades y, si se es ligero de cascos, lujos, sería una hipocresía. Sin embargo, tampoco se puede ignorar que el dinero quita muchas otras cosas. Nosotros, los comunes, disfrutamos de la diversidad social y la libertad de elección al no estar sujetos a restricciones exclusivas. Nos relacionamos de forma genuina, sin importar el nivel económico de los demás; somos flexibles, nos adaptamos al entorno y, sobre todo, cultivamos un fuerte sentido de comunidad.
Mientras los privilegiados se encierran en burbujas de lujo y aislamiento, nosotros, forzados por la necesidad, tejemos redes de solidaridad genuina. Esta dependencia mutua, lejos de ser una debilidad, se transforma en nuestra respuesta vital al abandono y la indiferencia de una sociedad obsesionada con lo exclusivo, recordándonos que, en ocasiones, es en medio de la adversidad donde florece la verdadera conexión humana.