Mira tu vida. Todo lo que recuerdas con intensidad, lo que te ha cambiado, lo que te ha obligado a decidir… ha nacido del conflicto. Sin él, solo queda inercia, un estado muerto. Así es, si lo piensas un poco, aquello que llamamos vida se encuentra sólo en los puntos que son conflictivos para nosotros. Todo aquello con lo que no encontramos en nosotros impulsos opuestos, es un cadáver.
Los conflictos.
Si bien puede abordarse de varias formas lo que un conflicto es, nosotros queremos hacer foco aquellas situaciones en nuestras vidas que bien podemos denominar como conflictivas, capaces de generar angustia y trastornos. Son situaciones difíciles porque muchas veces sentimos que sobrepasa tanto a nuestra capacidad psíquica como emocional. Por más que tengamos un hombro en el que apoyarnos, un oído que nos escuche desahogarnos, sabemos que el problema seguirá enfrentándonos generando un conflicto, porque sólo depende de nosotros su resolución. Somos nosotros quienes debemos batallar hasta dominar el conflicto.
No sería inusual que de pronto nos dijéramos: “qué feliz sería la vida sin todos estos problemas”. Podríamos disfrutar y vivir la vida como debe ser vivida.
Pero, ¿no podría ser que los conflictos no sean parte de la vida, sino la vida misma, mientras que a lo que aspiramos es algo cercano a un cadáver?

De la naturaleza conflictiva.
Afirmar que todo aquello que no posea impulsos opuestos es un cadáver no es una exageración. La necesidad del conflicto en la Naturaleza es evidente en múltiples niveles: desde lo físico hasta lo biológico todo lo que existe no sólo existe a pesar del conflicto, sino gracias a él.
Las estrellas arden porque la gravedad y la presión nuclear se oponen; cuando una vence, la estrella muere. Un relámpago nace porque las cargas positivas y negativas buscan unirse, pero la atmósfera se resiste; cuando la tensión se vuelve insoportable, la descarga ocurre. El viento sopla porque el aire caliente intenta elevarse mientras el aire frío lucha por ocupar su lugar; en su disputa, la corriente se pone en marcha. Un bosque crece porque los árboles buscan la luz mientras la sombra de sus propios hermanos intenta negársela; en esa pugna, la vida se adapta y prospera.
Nuestra conciencia también surge porque hay conflicto entre lo que deseamos y la realidad que lo niega y contradice. Si nunca hubiera contradicción, no habría pensamiento, sólo inercia.
Por más agradable que fuese, si todo lo que deseamos fuera en ese instante satisfecho, nuestra conciencia permanecería en un estado aletargado, como adormecida. La psicología explica que el niño toma conciencia de sí mismo al sentir hambre y percibir su alivio al ser alimentado, diferenciándose del entorno; si su necesidad se satisficiera sin que llorara, esta diferenciación podría retrasarse. Todos estamos dispuestos a afirmar que un hecho trágico en la vida de una persona la obliga a “madurar” con mayor rapidez.
El conflicto es el núcleo de cada paso que damos, la tensión que nos obliga a cambiar y crecer. Un niño aprende a caminar porque su cuerpo titubea entre el equilibrio y la caída. Una relación se fortalece porque dos deseos se enfrentan y encuentran una forma de convivir. Las decisiones más importantes nacen del choque entre lo que deseamos y lo que tememos perder. El trabajo nos desafía cuando exige más de lo que creemos poder dar, y solo en esa exigencia descubrimos nuevas capacidades. Incluso los momentos de calma son producto de una lucha previa, de una resistencia vencida. Allí donde no hay resistencia, no hay superación; donde no hay desafío, no hay conquista. Sin conflicto, la vida se estanca, y lo estancado es lo muerto.

Conclusión
Los conflictos no son parte de la vida, sino que son la vida misma siendo vivida. Huirles y no enfrentarlos, es huir de nosotros mismos. Es perpetuarnos en un lugar en el que no nos desarrollamos, sino que nos debilitamos y acaso creamos estar viviendo cuando en realidad nos hemos convertido en algo que se mueve por un empuje como las piedras.

Nuestra naturaleza es conflictiva. Nos movilizamos y fortalecemos atravesando los conflictos. Somos guerreros siempre batallando y logrando nuevas conquistas, o descansando para las próximas batallas. Somos guerreros siempre en combate. Si nos detenemos no estamos en paz: estamos muertos.
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