Si hay un nombre que evoca la imagen de un pesimista consumado, ese es el de Arthur Schopenhauer. El filósofo de la Voluntad y el sufrimiento universal predicaba la compasión como el mayor valor moral. Sin embargo, su vida privada parecía contradecir esa enseñanza de una manera escandalosa. Uno de los episodios más oscuros de su biografía es el conflicto con su casera, Johanna Drosch, que terminó en los tribunales y con un fallo que lo persiguió hasta su muerte.
Una disputa que se convirtió en historia
En 1821, Schopenhauer vivía en Berlín y alquilaba una habitación en la casa de Johanna Drosch. Según se cuenta, la mujer solía conversar animadamente con sus inquilinos en el pasillo, algo que molestaba profundamente al filósofo, quien valoraba el silencio casi tanto como la metafísica. Un día, la discusión entre ambos escaló a tal punto que Schopenhauer, fuera de sí, empujó a la mujer, haciéndola caer por las escaleras. Drosch lo denunció, alegando lesiones que la dejaron parcialmente inválida.
El tribunal falló en su contra y lo condenó a pagarle una pensión de compensación de 60 táleros al año de por vida. Lo más irónico es que Schopenhauer cumplió religiosamente con el pago hasta su muerte en 1860. En sus libros de cuentas, cada vez que hacía el desembolso, anotaba con frialdad: «Obit anus, abit onus» (“Muerta la vieja, se acaba la carga”).

Las contradicciones de un pesimista moralista
Schopenhauer insistía en que la verdadera moralidad surgía de la compasión por el sufrimiento ajeno, pero su trato con las personas solía ser áspero y hostil. Despreciaba a la sociedad, evitaba el contacto con la gente y tenía una especial aversión por las mujeres, a quienes consideraba seres irracionales y caprichosos. Sin embargo, toda su filosofía sostenía que la vida era sufrimiento y que el único alivio posible estaba en la renuncia al deseo y en el ejercicio de la compasión.
Este no fue su único desajuste entre pensamiento y conducta. A pesar de predicar el desapego y la negación de la voluntad, era obsesivamente materialista: invertía en la bolsa, atesoraba riquezas y defendía con agresividad su patrimonio. Rechazaba el academicismo y a los «filósofos de universidad», pero anhelaba el reconocimiento oficial que nunca recibió en vida.
Un detalle que pocos conocen de Schopenhauer
A pesar de su desprecio por la compañía humana, Schopenhauer vivió con un perro caniche llamado Atma, nombre sánscrito que significa “alma del mundo”. Amaba a los animales y los consideraba moralmente superiores a los hombres, lo que lo llevó a ser uno de los primeros defensores del vegetarianismo en la filosofía occidental.
Un legado entre la genialidad y la contradicción
Schopenhauer fue un pensador brillante y profundamente humano en sus contradicciones. Su desprecio por el mundo no lo libró de caer en los mismos defectos que criticaba. Sin embargo, su filosofía sigue inspirando a quienes buscan entender el sufrimiento y la condición humana, con o sin empujones por las escaleras.
¿Pueden separarse la obra y la vida del filósofo?
Schopenhauer nos muestra que la inteligencia no es garantía de coherencia. ¿Crees que su filosofía debe juzgarse por sus actos, o que su legado intelectual está por encima de sus contradicciones? ¡Déjame tu opinión en los comentarios!














