Sartre y los cangrejos gigantes protagonizan uno de los episodios más extraños y reveladores en la vida del filósofo existencialista Jean-Paul Sartre. El célebre pensador fue perseguido durante días por estas criaturas alucinadas… o al menos eso creía.
El suceso ocurrió en los años 30, cuando participó de un experimento con mescalina, un alucinógeno poderoso que alteró profundamente su percepción del mundo. Esta experiencia, que en otros contextos podría haber sido descartada como un delirio pasajero, dejó una huella duradera tanto en su memoria como en su filosofía.
Sartre y los cangrejos gigantes: una visión imposible que lo marcó para siempre
Tras consumir la sustancia en un entorno controlado, Sartre comenzó a ver criaturas imposibles. Entre ellas, una banda de cangrejos gigantes que, según él, lo seguían incluso después de que el efecto de la droga desapareció. Aunque podría parecer simplemente un mal viaje, Sartre no lo vivió así. Él mismo contó años más tarde que los cangrejos se quedaron con él durante semanas, apareciendo en las calles, en su habitación, incluso mientras hablaba con otras personas.
Esta situación no solo generó desconcierto, sino también una especie de fascinación. Sartre era plenamente consciente de que se trataba de una alucinación, pero al mismo tiempo reconocía que los cangrejos habían adquirido una presencia simbólica. Eran la encarnación de la mirada del otro, de lo absurdo, de lo inevitable. En sus conversaciones posteriores con colegas como Simone de Beauvoir, el filósofo analizaba estas apariciones con una mezcla de ironía, curiosidad y rigor intelectual.

Filosofía, psicodelia y absurdo
Lejos de espantarse o renegar de lo vivido, Sartre incorporó estas visiones como materia prima para su pensamiento. ¿Qué es la realidad?, ¿dónde termina la percepción y empieza la alucinación?, ¿qué tan sólida es nuestra conciencia? En un mundo sin sentido, como el que él describía, los cangrejos eran tan absurdos como cualquier otra cosa.
Este episodio se convirtió en una anécdota recurrente entre sus allegados, pero también en una muestra más de cómo la mente del filósofo exploraba los límites entre lo real, lo simbólico y lo imaginario. La experiencia con los cangrejos fue más que una extravagancia: fue un espejo deformado, sí, pero eficaz, que le permitió mirar de cerca sus propias estructuras mentales y cuestionar la estabilidad de lo que llamamos «normalidad».
A lo largo de su carrera, Sartre defendió la libertad radical del ser humano y su responsabilidad en la construcción del sentido. La aparición de estos animales fantásticos no fue una contradicción, sino una confirmación: incluso en el caos de una alucinación, el sujeto es quien otorga significado a lo que vive. Y en ese sentido, Sartre y los cangrejos gigantes no solo convivieron durante días, sino que compartieron una inquietante pero fructífera conversación filosófica.
¿Conocías esta historia de Sartre y los cangrejos gigantes? ¿Qué pensás de que un alucinógeno haya influido en la obra de uno de los grandes pensadores del siglo XX?














